Juana Jugan sintoniza directamente con Jean Eudes a casi dos siglos de distancia. Cuando ella nace, el 25 de octubre de 1792 en plena Revolución Francesa, los sacerdotes son perseguidos, expulsados, y la práctica religiosa prohibida bajo pena de muerte, pero la levadura cristiana permanece muy viva en el pueblo. La fe se transmite y se vive gracias a unas mujeres que pasan inadvertidas a los ojos de los revolucionarios. Ellas viven un compromiso especial: están consagradas a Dios y pertenecen a la «Sociedad del Corazón de la Madre Admirable», tercera orden eudista. ¡He aquí el hilo conductor que guiará a Juana a lo largo de su vida!
En Cancale, siendo aún niña, recibe la instrucción de estas mujeres consagradas. Aprende con ellas no sólo el catecismo, sino también a leer y a escribir. En la persona de estas «religiosas en el mundo», Juana tiene ante sus ojos un ejemplo fuerte de entrega y coraje apostólico. Recordemos que en esta época revolucionaria, ser descubierto con un objeto religioso como un rosario o un catecismo, conducía directamente a la ejecución.
Cuando Juana deja Cancale para ir a Saint-Servan, ya tiene la certeza de querer consagrar su vida a Dios y al servicio de los pobres, pero debe esperar hasta los 25 años para poder llegar a ser terciaria eudista. La elección del celibato con el voto de castidad, forma parte del compromiso de la tercera orden.
La señorita Lecoq, que la recibe después de seis años de duro trabajo en el hospital de Rosais, también es terciaria eudista. Los doce años que vivirán juntas representan para Juana un largo proceso de maduración, plenamente impregnado de la enseñanza de Jean Eudes. Todo descansa en la toma de conciencia del Bautismo, y la puesta en práctica de los compromisos que éste conlleva.
Jean Eudes escribe: «Así como en el momento de la Encarnación el Hijo se ha unido a nuestra naturaleza y se ha revestido de ella, así también en el santo sacramento del Bautismo se ha unido a nosotros, se ha formado y como encarnado en nosotros, nos ha revestido y llenado de Él mismo».
Para actualizar la gracia de nuestro Bautismo los medios propuestos son simples, accesibles a todo cristiano: estar atento a los demás, especialmente cuando tienen dificultades, tener la preocupación de hacer conocer el Evangelio, tomar tiempo para la oración, amar el silencio, que permite gustar de la presencia de Jesús en nosotros…
Escuchemos de nuevo a Saint Jean Eudes: «La vida cristiana es una continuación y un cumplimiento de la vida de Jesús. Debemos ser otros Jesús en la tierra para continuar su vida y sus obras. Debemos estar animados por el Espíritu de Jesús, vivir de su vida, estar revestidos de sus sentimientos…».
Esta espiritualidad llamada «cristocéntrica», es simplemente evangélica y, detrás de un estilo que lleva el sello del siglo XVII, el contenido es extraordinariamente de nuestros días.
Jean Eudes sigue diciéndonos: «Ser cristiano y ser santo es la misma cosa. Quizás me preguntaréis cómo puede ser que una criatura tan frágil, débil y miserable como el hombre, pueda ser santa como Dios es santo. Pero yo os responderé que, aunque esto sea imposible para la debilidad humana, sin embargo es posible e incluso fácil con la gracia de Dios que no niega a nadie cuando se la pide de todo corazón. ¿Qué hay que hacer para ello? Sólo una cosa y una cosa que es muy dulce. ¿Qué hay más dulce y más fácil que amar? Amad a este Dios tan bueno y amable y seréis santos».
¡He aquí un texto para meditar, contemplando al mismo tiempo la vida de Santa Juana Jugan! Todos estamos llamados a ser como ella, santos, e incluso es fácil ¡basta con amar!
Cuando Juana da su cama a la primera anciana, Anne Chauvin en el invierno de 1839, ya lleva más de veinte años de compromiso eudista. Según lo que conocemos de la vida de Juana Jugan estamos seguros de que vivió estos años de manera sincera y radical. Su gesto fundador es el fruto lógico de esta vida entregada totalmente al Corazón de Jesús y de María.
El desarrollo de los acontecimientos, leídos a la luz eudista, nos confirma hasta qué punto esta espiritualidad ha sido su fuerza. El 3 de octubre de 1982, día de la beatificación de Juana Jugan, el papa San Juan Pablo II afirmaba que «Dios no ha podido glorificar a una sierva más humilde». La humildad es uno de los rasgos más fuertes de la figura de Juana.
Podemos imaginar cómo debía inflamarse su corazón leyendo estas líneas de Saint Jean Eudes: «La humildad es la virtud propia y especial de los cristianos, sin la cual es imposible ser verdaderamente cristiano. Es ella quien atrae toda clase de bendiciones a nuestras almas… Es esta virtud, unida al amor, la que hace los santos y los grandes santos».
Juana guardó estas palabras del mismo modo que María meditaba los acontecimientos en su corazón. Le han ayudado con toda certeza a discernir y a realizar el proyecto de Dios sobre ella.
Juana tuvo siempre unos sentimientos de gran confianza y ternura hacia la Santísima Virgen y los ha legado a la Congregación por ella fundada.
En el amanecer de la vida de Juana Jugan, María está presente: su consagración en la «Orden Tercera de San Juan Eudes» es como el prólogo, el preludio de su futura profesión religiosa: «Pido poder pertenecer de forma particular a la Santísima Virgen, toda mi vida…».
María siempre fiel, está en el atardecer de su vida, para recibir de sus labios moribundos la última expresión terrena de un amor filial, dispuesto a dilatarse en la eternidad: «Oh María, Vos sabéis que sois mi Madre, no me abandonéis. Oh María mi buena Madre, venid a mí, sabéis que os amo y que tengo muchas ganas de veros».