Desde la cumbre del campanario de la Capilla del Noviciado de La Tour Saint Joseph, cuna de la Congregación de las Hermanitas de los Pobres, San José vela por esta familia religiosa que lo tomó como protector desde sus orígenes. En efecto, Santa Juana Jugan se confiaba a Él para obtener el pan para sus pobres. A las novicias las animaba con estas palabras: «Amen mucho a San José, diríjanse a él con confianza.»
José es un personaje del Evangelio en el que, aunque permanece en la sombra, la sensibilidad del pueblo cristiano ha sabido ver tanto su buen hacer constante como la calidad de su presencia. Es el primer testigo de la Encarnación de Dios, y por tanto no nos ha llegado ningún Benedictus,como el de Zacarías cuando nació Juan Bautista, ni un Nunc dimitis, como el de Simeón cuando tomó a Jesús en sus brazos a la entrada del templo. Un silencio profundo lo habita. Podríamos decir que José es la acogida y la escucha en persona. El profeta Isaías lo expresa maravillosamente: «El Señor Yahveh me ha dado lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora. Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos» (Is 50,4). Incluso, en medio de la noche, la Palabra lo despierta para huir a Egipto. «Se levantó, tomó al niño y a su madre, y fue a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes» nos dice el Evangelio de Mateo. Esta sencillez hace que San José sea cercano a todos aquellos que disciernen su vocación, el camino de la santidad que Dios sueña para ellos.
Si Dios confía en un hombre hasta el punto de poner en sus manos a su Hijo encarnado, ¿cómo no confiar a él todas nuestras necesidades ahora que está en el cielo?
Santa Juana Jugan al pertenecer a la Orden Tercera de la Madre Admirable desde los 25 años, aprendió a contemplar e imitar las virtudes de San José. La Sagrada Familia fue, desde el principio, el modelo de las casas de las Hermanitas de los Pobres.
Ya en 1846, San José es tenido como un protector especial. Cinco años más tarde llega a ser el protector de toda la Congregación. En 1856 las tres primeras hermanitas llegaron junto al Padre Lelièvre a la gran propiedad de La Tour, en Saint-Pern; justamente era el día 1 de abril, fiesta trasladada de San José. La propiedad recibió naturalmente el nombre de la Tour Saint-Joseph.
Una pequeña estatua del santo protector estaba siempre en el bolsillo de Juana Jugan. Es una tradición que aún está bien viva, ya que cada hermanita recibe el día de su Profesión Religiosa una réplica de esta pequeña estatua. Pero atención, porque no es un amuleto, sino que es la expresión de una fe viva y una confianza creciente en el santo protector de la Sagrada Familia.
A menudo en nuestras casas la estatua de San José tiene a sus pies diferentes bienes materiales, que expresan al santo nuestras necesidades más inmediatas. Esta costumbre tan entrañable viene nada más y nada menos de los años 1850-1851 en la fundación de Angers. Un día Juana supo que faltaba mantequilla; ella, con respeto y cariño, reprochó a las hermanitas: “¿cómo no se la piden a san José?” Seguidamente encendió una lamparita ante una estatua del santo, puso una nota: “San José, envíanos mantequilla para nuestros ancianos.” La petición fue escuchada y la mantequilla llegó abundantemente, los tarros vacíos colocados a los pies del santo, s e llenaron hasta rebosar.
La sencilla y confiada devoción de las hermanitas de los pobres en el poder de san José es un legado de nuestra madre fundadora. Ella recurría a él no sólo para bienes materiales, sino también para pedir la conversión de los ancianos.
Las jóvenes novicias que compartieron los últimos 27 años de Juana Jugan, años pasados en la sombra y en el silencio en consonancia con la figura de san José, nos dan numerosos testimonios de su inmensa confianza en el jefe de la Sagrada Familia.
«Amaba mucho a san José; a menudo nos hacía besar su pequeña estatua que tenía en el bolsillo.» Esta pequeña estatua, se la regaló a una bienhechora, la señora Ram para su hija, algunos años antes de morir. Ella misma lo cuenta con detalle: «Cuando al decirle adiós, le pedimos que rezase por nuestra hijita que era demasiado pequeña para acompañarnos, cogió de su bolsillo un pequeño estuche de madera que sostenía una imagen de san José y nos la ofreció diciendo: “Dénsela a su hijita, como recuerdo de sor María de la Cruz.”» La pequeña Violet Ram, que más tarde fue Dame du Sacré Coeur, la prestaba frecuentemente a las hermanitas de Londres que hacían la colecta, sobre todo en los momentos difíciles de la construcción de Portobello. La ponían en el cajón del dinero de la colecta, ya que no tenían casi nada, y a menudo encontraron más de lo que habían depositado. Con la ayuda de San José consiguieron pagar casi todo a tiempo. Más tarde esta estatuilla fue devuelta a la Casa Madre.
En el alma de Juana Jugan se conjugan bien Pobreza y Providencia, ya que el abandono en la Providencia es una gran lección de pobreza. Lo que sobresale por encima de los milagros de los que muchas veces las hermanitas son testigos de primera mano, es la confianza del que ama, el abandono del que confía.
San José, ruega por nosotros, por los ancianos del mundo entero, nuestros bienhechores, los ancianos del mundo entero…