Por los votos de CASTIDAD, POBREZA y OBEDIENCIA ofrecemos a Dios nuestro corazón, afectos, talentos, dones personales, nuestras posesiones y nuestra voluntad; todo lo que somos y tenemos, para su mayor gloria y la salvación de las almas.
Nuestro cuarto voto, HOSPITALIDAD, completa el don de nosotras mismas a Dios y de esta manera lleva nuestra consagración religiosa a las realidades concretas de la vida cotidiana.
Santa Juana Jugan aprendió de San Juan Eudes que, “la consagración religiosa consiste en hacer profesión de no tener más que una vida, un corazón, un alma y una voluntad con Jesús”. Ella resumió todo muy sencillamente: “¡Todo por Ti, Jesús!” Este es el fin de nuestra vida: buscar a conformar nuestra mente y nuestro corazón con Cristo, haciendo siempre la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (cf. Rom 12,1–2).
Nuestro hábito religioso nos recuerda nuestra total pertenencia Dios y al mismo tiempo es un signo y testimonio ante los demás, de nuestra consagración y de la presencia de Dios en el mundo.
Nos ayuda a vivir el voto de pobreza. El hábito es negro con un velo gris; durante los meses de gran calor y en el cuidado de los enfermos o en otras tareas, el hábito es blanco.
Nuestro crucifijo no aparece al exterior. Lleva grabadas las palabras de Jesús en el Evangelio de Mateo: “Soy manso y humilde de corazón.”